Nostalgias de mi tierra
Escrito hace un mes durante mi viaje a Donosti, publicado hoy 30 de diciembre de 2006
Los caminos de hierro siempre me agradaron más que las espesas terminales de aeropuertos, mas aun hoy en día con tanta estupidez, paranoias terroristas, en las que uno parece que embarca con el barquero Caronte.
Camino de San Sebastian, la Bella Donosti, miro el paisaje de las tierras mas orientales de mis castillas. Buena época para recrear la vista, con el paisaje de un otoño desmerecido, pues pocas o ningunas son las muestras esperadas, en campos esquilmados de los frondosos hayedos, alcornocales, alamedas y otros bosques de otros tantos hermosos arboles, unos de hoja caduca y otros de la perenne, quedando en nuestra mirada los pinos replantados por una política equivocada.
Tierras de siena tostada, ocres y rojizos colores, alternados con los grises mantos de ingrata aridez, la de algunas tierras deforestadas.
Atrás quedaron el oro de nuestra tierra en naves hundidas por la regia estupidez, o por la defensa de los intereses de comerciantes y banqueros, burgueses y señores de tierras que hoy reniegan de nuestro pasado común. Los bosques, otros se los quedaron, junto sus fueros, ricos de prebendas que los castellanos pagamos, con madera, con impuestos, y con los hijos de nuestras tierra. Atrás quedaron Juan Bravo, Juan de Padilla y sus comuneros en tierras de Valladolid, por las que hoy no he pasado.
De vez en cuando, el tren vomita su ruido entre hoces y pequeñas veredas de valles ocultos a la presión de mi Madrid. Trae recuerdos de mi infancia en la Palencia maternal, y llena mis sentidos de olores naturales, de esa seca y castellana meseta, entre trigales, juncales y libertades que nunca tendrán los niños de la gran ciudad.
La tierra esta húmeda de los últimos días, y su arcillosa compostura permite ver un paisaje húmedo inusual en estas tierras, que dan paso a mi melancolía. Ayudan a ello, los cúmulos y cirros nubosos, que difuminan un cielo azul contrastado de blancos de hermosas y extrañas figuras, que dan paso a mi imaginación.
Tierras repobladas, fronteras de la primera Reconquista, entre reinos de taifas, y leyendas castellanas, del Mio Cid, de Calahorra, del Reino de Zaragoza, del de Navarra y de otras historias tan mal contadas, que unos y otros se afanan por reescribir en estos días, con diferencias insalvables, cuestionables.
Ya no están Babieca, ni la Tizona, ni huestes engalanadas preparadas para el asalto. Hordas de señores engalanados seguidos de sus vasallos, que tuvieron que cambiar la azada por la alabarda, el buril por la espada, la honda por la ballesta. Ahora son gigantes de brazos largos que recogen el tesoro del viento, entre columnas de gigante acerados, que transportan el oro invisible que da de comer nuestras neveras, alimenta las luces de las pasiones falsas que una navidad provoca, rompiendo a su paso el paisaje quebrado.
Luces, consumo, gasto, hipocresía, reuniones, mentiras, borracheras. Mas de lo mismo un año más.
Llegando a Calatayud, cambia el paisaje con recuerdos de otras experiencias que aun recuerdo con cierto amor. Días de marchas largas, duras jornadas militares, en terrenos olvidados, solitarios donde la luna, el sol, y la absoluta soledad de estos campos, eran mis compañeros de un viaje que aun no he olvidado. Amistad, fraternidad y valores legionarios que siguen impresos en mi carácter. Farallones, oteros, cuevas, y pequeñas estribaciones que amargaban tu pesado paso, cargado de inútil material y hambruna desmerecida.
Pienso en ello, y siento el apego que con los días de mi madurez, empiezo a sentir por los campos de castilla. Cercano mas a las cumbres que a los valles, buscando quizás la quietud de la montaña, rota por el aullar del viento, las inclemencias del tiempo, y el recogimiento de que ofrece, el tarugo de encina abrasado, que recoge el calor de la estancia y adorna de su olor las ropas que vistes.
Pienso en mi hija María, de la que nada se desde hace ya un tiempo. Me asusto con el futuro negro y difícil que me espera con ella, las dificultades que tendremos para poder conocernos, para poder querernos. Pero no diré mas de lo que pienso, que luego lo escrito no se lo lleva el viento, sino queda en los usos de algunos, en la manipulación de otros.
No pienso. No siento. Mejor me procuro la alegría de ver los últimos campos, de mi castilla. Dejar que la nostalgia no de paso a la tristeza, pues ambas son distintas. La una es el bonito recuerdo, y la otra… la otra es simplemente un lamento.