Pena de muerte
Una vez más. No me ha dejado indiferente el visionada de Pena de Muerte (Dead Man Walking) de Tim Robbins.
En un contexto globalizado donde con tanta necedad se nos recuerda insistentemente la extremada crueldad, o la incivilización de su uso, en lugares en conflicto religioso, vease en zona musulmana, y seguimos a pie juntillas, los dictados del gran hermano americano, donde insisten en tratar este tema, como diferente.
Poco o nada me importada la acertada dirección del filme, que trata de no caer en valores sentimentaloides tan imbricados en el cine americano de los últimos años, ubicando a ambas partes, condenado y victimas, en una justa ponderación de la cruda realidad de sus vidas y situaciones.
Un tímido esbozo del director, por concienciar a la sociedad americana, de la cruel realidad sobre la que se asienta su sistema legal, es decir, el juicio justo, no es sino una quimera para cuentos infantiles, que nada tiene que ver con la realidad de un sistema penitenciario, cubierto de condenados a muerte, de baja extracción social, en clara correlación con sus medios económicos, al igual que en las penitenciarias especiales para condenados a perpetua.
Perversamente autentico el dibujo del macabro asesinato legal, incluida la macabra frase «¡Hombre muerto andando!» («Dead Man Walking!»), deja huella en nuestra intención, y invita a una reflexión sobre la aséptica pena de muerte, así como se le pide esta misma reflexión, en forma de queja alarmista, cuando hablamos de la lapidación, el ahorcamiento, o cualquiera que sea la forma legal de asesinar a un ser humano.
Porque a fin de cuentas, existan o no existan las debidas garantías legales, de las cuales, el que subscribe no tiene ni el más mínimo respeto por ineficaces, la pena de muerte no es sino eso, un asesinato legal.
«Es mejor y más satisfactorio liberar a un millar de culpables que sentenciar a muerte a un solo inocente.»
Moshé ben Maymon, [Maimónides]