Las tres grandes preguntas

Las tres grandes preguntas, para muchos de los mortales, pueden ser quizás, bajo distintos epígrafes o sutiles variaciones las siguientes:

  • ¿De donde venimos?
  • ¿Por qué estamos aquí?
  • ¿Adónde vamos?

Para mi estas preguntas conforman el sentido de la vida, y a estas alturas, aun siendo desconocedor de las tres grandes respuestas definitivas he llegado a la conclusión, de que las respuestas, no sen definitivas, ni concluyentes, ni tan siquiera son transpolables a todos los mortales.

Por el contrario, creo que, cada una de ellas es de distinta acepción, siendo muchas veces el contexto temporal del individuo así como su paisaje de formación, el artista que moldea el significado interesado de cada una de las respuestas.

Cierto, que las personas grises, de espíritu, de realidades, de vivencias, como aquellas que se quitan de vez en cuando las pulgas imaginarias que necesitan inventarse para dar algo de color o valor a su miserable vida, si es que alguna vez, llegan a la profundidad necesaria para tener este grado pensamiento, rellenan el formulario con la misma incapacidad implícita en sus grises vidas, con palabras consumistas, llenas de amor verdadero, hipócritas frases, que duran lo mismo que el cíclico momento de nuestras miserables vidas, cuando están llenas de vacío contenido.

Por mi parte, admito, “mea culpa”, que también no estoy libre de pecado, y que las respuestas a estas preguntas, siguen siendo un misterio, pues del momento y del estado de las cosas que acontecen a mi alrededor, tiendo sibilínamente a manipularlas para satisfacer mi necesidad humana de mentirme respecto de mi existencia.

Cerca del mar, lugar en el que consigo vertebrar mis pensamientos, apaciguar mi alma atormentada (la que algunos capullos creen que es producto de una vida errática y maligna, aun a costa de pensar ellos mismos que su vida es pluscuamperfecta). Ciertamente el mar esta en nosotros, pues la madre que nos engendro, que nos llevo rodeada de agua en su interior. Un agua cuya composición salina casi era idéntica a la marina. Salado es el sabor de la sangre que derramamos heridos, y salado es nuestro sudor cansino… y lloramos, lloramos océanos con nuestras lagrimas pensado en lo que fuimos y no pudimos, lo que fue y se marcho, lo que pudo ser y no fue.

Recordé unas lineas de Shantaram que en su día me impactaron, y que hoy he recordado junto al mar, después de ver la porquería que algunos escupen, para tratar de pegar los trozos inservibles de su propia mentira, con la que abrazan cínicamente a la persona que dicen amar.

¿Que define más a la raza humana: la crueldad o la capacidad de avergonzarnos de ella?”, me pregunto Karla en una ocasión. En aquel momento, la primera vez que la oí, su pregunta me pareció treméndamente inteligente. Pero ahora me siento más solo y he adquirido más sabiduría, y sé que no es la crueldad ni la vergüenza lo que define la raza humana. Es el perdón lo que hace de nosotros lo que somos. Sin perdón, nuestra especie se habría aniquilado en infinitas represalias. Sin perdón, no habría historia. Sin esa esperanza, no existiría el arte, pues toda obra de arte es, en cierto modo, un acto de perdón. Sin ese sueño, no habría amor, pues todo acto de amor es, en cierto modo, una promesa de perdón. Seguimos vivos porque podemos amar, y amamos porque podemos perdonar

Quien me ha leído, quien me lee, descubrirá cierto cambio pues la vida es cambio, en mis palabras. Y el cambio, solo es posible cuando uno tiene amor. Ciertamente el mar me ha llenado una vez más, con su sola presencia, con su inmensa profundidad, llenando en mi el vacío, que yo mismo he producido a mi alrededor, sin darme cuenta, sin ser consciente.

Sin embargo, el rítmico y dulce sonido del batir de las olas, el susurro armonioso de la brisa acariciando mis cabellos, y la innegable magnitud de la visión de un atardecer calmado, a orillas del Mediterráneo, no son sino los dulces compases de la gran obra de la vida.

Por suerte, aun conservo la sensibilidad suficiente para sentir la armonía de la vida, para creer en el misterio de nuestra efímera existencia, que se renueva cada día con el alba, y que encuentra la paz en el ocaso de la jornada, cuando sin angustia, sin dolor, sin remordimientos, concilio el sueño que me permite vivir las momentos que la vida me niega, al menos temporalmente.

Quizás sea el momento de perdonar y ser perdonado.

¿Cual es tu respuesta a las tres preguntas?

 

 

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